De chico Juan Agustín Guillén padeció polio y perdió parte de una pierna. Desde entonces usa prótesis y muletas. En los años 70 fue uno de los fundadores del Frente de Lisiados Peronistas (FLP), la primera agrupación de discapacitados en participar de un movimiento político. Sorprendía verlos a todos juntos en las multitudinarias marchas de esos años, cuando todavía sus problemáticas permanecían más invisibilizadas que ahora.
Guillén arrancó su testimonio –que se extendió por casi dos horas– con la imagen de su ex mujer, Mónica, embarazada de cuatro meses, exactamente el 7 de diciembre de 1978. “Ya teníamos un hijo, Juan Pablo. Fuimos a la zona de Pacífico a mirar regalos para navidad. En un momento, ella me dice que tenía ganas de llamar a la mamá. Busqué un teléfono público, ella se quedó ahí y yo le compré un ramo de jazmines. Cada vez que le compraba un ramo de jazmines algún lío teníamos”, recordó Guillén, permitiéndose una sonrisa.
–Tengo una buena noticia –dijo Mónica–. Mi vieja me contó que llamó Trudi.
Trudi era el apodo de Gertrudis Hlaczik, esposa de José Livorio Poblete Roa, otro de los fundadores del FLP. “Mónica y Trudi habían ido a la escuela juntas, eran muy amigas, pero hacía como un año y medio que no se veían”, precisó Guillén. Mónica, que era ciega, insistió en visitar a su madre esa misma tarde pese al desacuerdo de su marido. Éste, por su parte, volvió para Villa Domínico, el barrio donde vivían, recogió a su hijo de cuatro meses de lo de una vecina, lo bañó, lo durmió y se puso a leer un libro que se había comprado un rato antes en la estación Constitución.
“Estaba tan interesante el libro que no me di cuenta del paso del tiempo, dos, tres horas pasaron. En eso, la cortina se movió de una manera muy rara, seguí leyendo, levanté la vista y vi la cabeza de un hombre que se asomaba por la ventana”.
–No te muevas o te vuelo la cabeza –fue la orden, y de inmediato ingresaron a la vivienda “cinco o seis hombres” fuertemente armados–. ¿Dónde están los fierros?
–Acá no hay ningún fierro –respondió Guillén, cuyos únicos fierros eran sus muletas y su prótesis.
–¿Dónde están los dólares? –preguntaron entonces.
–¿Qué dólares? –repreguntó Guillén mientras los intrusos subían la escalera y bajaban con el niño.
–Te vamos a llevar a vos y al nene –dijo el hombre que comandaba el operativo.
Así fue. A Guillén lo esposaron, le vendaron los ojos y lo metieron a un coche. Su hijo Juan Pablo, adelante, en brazos de un represor. Cuarenta y cinco minutos después, el testigo escuchó un portón abriéndose y al vehículo estacionarse. Lo bajaron y lo condujeron hasta una oficina. De allí lo trasladaron a través de un pasillo. “Yo percibía que había varias personas pero todas en silencio –dijo Guillén–, y se sentía el olor a tabaco de filtro”. Finalmente, se detuvieron.
–Yo soy el Turco Julián –se presentó el represor.
–¿Dónde está mi señora? –preguntó Guillén.
–Contame todo.
–No sé qué quiere que le cuente.
–Ponete contra la pared.
Julio Simón, tal el nombre real del represor, comenzó a golpearlo en la espalda. Le pegó y le pegó hasta que Guillén cayó agotado. Lo encerraron en un tubo cuyo único objeto era un colchón lleno de sangre. El torturado trató de calmar el dolor en la espalda frotándose contra el frío cemento del piso. Al día siguiente los secuestradores le exigieron a Guillén que escribiera “todo”. El hombre simplemente confirmó lo que sus victimarios ya sabían: que había militado en Cristianos para la Liberación y en el FLP.
De vuelta en el tubo, Guillén conoció la rutina del centro clandestino. Luz artificial durante todo el día, el ruido de un extractor de aire, los gritos de los supliciados. “Era enloquecedor”, dijo Guillén. Cierto día, escuchó una voz conocida. Era la de Trudi Hlaczik, la amiga de su mujer. “Entonces me paré, la vi pasar y la llamé en voz baja”.
–A Mónica le dieron picana. Está en la enfermería con pérdidas –le dijo Trudi, que formaba parte del grupo de detenidos obligados a limpiar el lugar.
Guillén le vio un moretón que le cubría la mitad de la cara. El represor Colores, al momento de secuestrarla, le había dado un culatazo con una Itaka. Guillén le preguntó a Trudi por su beba, Claudia Victoria. “Ya se la mandaron a mis viejos”, respondió Trudi, que aún no sabía que su hija ya había sido apropiada.
En su testimonio, Guillén mencionó a varios ex detenidos con quienes compartió su cautiverio en El Olimpo, muchos por sus apodos. “Hueso, Susana Caride, Mario Villani y su señora, Laura, Rengel, Isabel Fernández Blanco, el Pato y la Pata, Isabel Cerruti junto a otros familiares, Julia Zabala Rodríguez, Ernesto y la Negrita, Chocolate, Pepe, Jorge Paladino”. Asimismo, confirmó que Marta Vaccaro, quien continúa desaparecida, estaba embarazada.
Días después, Mónica, la mujer de Guillén, fue sacada de la enfermería y encerrada en el mismo tubo que su marido. El hijo de ambos fue llevado con la madre de Mónica. Guillén se encontraría luego con José Poblete. Se abrazaron. Pepe le pidió que cuando saliera en libertad fuera a visitar a su madre, Buscarita, promesa que Guillén cumplió. Pese a que lo liberaron, Guillén y su esposa estuvieron bajo vigilancia durante más de dos años.
El debate oral se desarrolla los lunes, martes y miércoles por medio (ya que comparte sala con el juicio ESMA) de 9 a 17 en la sala de audiencias del Tribunal Oral Federal Nº 2, ubicada en el edificio de Comodoro Py, en el barrio de Retiro.
–Tengo una buena noticia –dijo Mónica–. Mi vieja me contó que llamó Trudi.
Trudi era el apodo de Gertrudis Hlaczik, esposa de José Livorio Poblete Roa, otro de los fundadores del FLP. “Mónica y Trudi habían ido a la escuela juntas, eran muy amigas, pero hacía como un año y medio que no se veían”, precisó Guillén. Mónica, que era ciega, insistió en visitar a su madre esa misma tarde pese al desacuerdo de su marido. Éste, por su parte, volvió para Villa Domínico, el barrio donde vivían, recogió a su hijo de cuatro meses de lo de una vecina, lo bañó, lo durmió y se puso a leer un libro que se había comprado un rato antes en la estación Constitución.
“Estaba tan interesante el libro que no me di cuenta del paso del tiempo, dos, tres horas pasaron. En eso, la cortina se movió de una manera muy rara, seguí leyendo, levanté la vista y vi la cabeza de un hombre que se asomaba por la ventana”.
–No te muevas o te vuelo la cabeza –fue la orden, y de inmediato ingresaron a la vivienda “cinco o seis hombres” fuertemente armados–. ¿Dónde están los fierros?
–Acá no hay ningún fierro –respondió Guillén, cuyos únicos fierros eran sus muletas y su prótesis.
–¿Dónde están los dólares? –preguntaron entonces.
–¿Qué dólares? –repreguntó Guillén mientras los intrusos subían la escalera y bajaban con el niño.
–Te vamos a llevar a vos y al nene –dijo el hombre que comandaba el operativo.
Así fue. A Guillén lo esposaron, le vendaron los ojos y lo metieron a un coche. Su hijo Juan Pablo, adelante, en brazos de un represor. Cuarenta y cinco minutos después, el testigo escuchó un portón abriéndose y al vehículo estacionarse. Lo bajaron y lo condujeron hasta una oficina. De allí lo trasladaron a través de un pasillo. “Yo percibía que había varias personas pero todas en silencio –dijo Guillén–, y se sentía el olor a tabaco de filtro”. Finalmente, se detuvieron.
–Yo soy el Turco Julián –se presentó el represor.
–¿Dónde está mi señora? –preguntó Guillén.
–Contame todo.
–No sé qué quiere que le cuente.
–Ponete contra la pared.
Julio Simón, tal el nombre real del represor, comenzó a golpearlo en la espalda. Le pegó y le pegó hasta que Guillén cayó agotado. Lo encerraron en un tubo cuyo único objeto era un colchón lleno de sangre. El torturado trató de calmar el dolor en la espalda frotándose contra el frío cemento del piso. Al día siguiente los secuestradores le exigieron a Guillén que escribiera “todo”. El hombre simplemente confirmó lo que sus victimarios ya sabían: que había militado en Cristianos para la Liberación y en el FLP.
De vuelta en el tubo, Guillén conoció la rutina del centro clandestino. Luz artificial durante todo el día, el ruido de un extractor de aire, los gritos de los supliciados. “Era enloquecedor”, dijo Guillén. Cierto día, escuchó una voz conocida. Era la de Trudi Hlaczik, la amiga de su mujer. “Entonces me paré, la vi pasar y la llamé en voz baja”.
–A Mónica le dieron picana. Está en la enfermería con pérdidas –le dijo Trudi, que formaba parte del grupo de detenidos obligados a limpiar el lugar.
Guillén le vio un moretón que le cubría la mitad de la cara. El represor Colores, al momento de secuestrarla, le había dado un culatazo con una Itaka. Guillén le preguntó a Trudi por su beba, Claudia Victoria. “Ya se la mandaron a mis viejos”, respondió Trudi, que aún no sabía que su hija ya había sido apropiada.
En su testimonio, Guillén mencionó a varios ex detenidos con quienes compartió su cautiverio en El Olimpo, muchos por sus apodos. “Hueso, Susana Caride, Mario Villani y su señora, Laura, Rengel, Isabel Fernández Blanco, el Pato y la Pata, Isabel Cerruti junto a otros familiares, Julia Zabala Rodríguez, Ernesto y la Negrita, Chocolate, Pepe, Jorge Paladino”. Asimismo, confirmó que Marta Vaccaro, quien continúa desaparecida, estaba embarazada.
Días después, Mónica, la mujer de Guillén, fue sacada de la enfermería y encerrada en el mismo tubo que su marido. El hijo de ambos fue llevado con la madre de Mónica. Guillén se encontraría luego con José Poblete. Se abrazaron. Pepe le pidió que cuando saliera en libertad fuera a visitar a su madre, Buscarita, promesa que Guillén cumplió. Pese a que lo liberaron, Guillén y su esposa estuvieron bajo vigilancia durante más de dos años.
El debate oral se desarrolla los lunes, martes y miércoles por medio (ya que comparte sala con el juicio ESMA) de 9 a 17 en la sala de audiencias del Tribunal Oral Federal Nº 2, ubicada en el edificio de Comodoro Py, en el barrio de Retiro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario