Buscan acusar por asesinato a los dos represores imputados en juicio ABO
Los fiscales intentan establecer jurídicamente que el “traslado” significaba la muerte para lograr condenas por asesinatos. Tres sobrevivientes testificaron cómo vivieron los momentos finales de sus compañeros.
Por Alejandra Dandan
¿Qué eran los traslados? ¿Cómo se vivían en los campos de detención? ¿Cómo eran los procedimientos? ¿Y los mecanismos de selección de prisioneros? Algunas de estas preguntas están nutriendo en estos días el segundo juicio por los crímenes del circuito Atlético, Banco, Olimpo. ¿Es posible emparentar los traslados jurídicamente con los homicidios? Durante la mañana de ayer, tres sobrevivientes reconstruyeron las dinámicas específicas de esos procedimientos a la luz de la reconstrucción que intenta hacer la fiscalía federal para demostrar que el asesinato formó parte del camino que se iniciaba con el secuestro y los interrogatorios. Esto permitirá repensar el lugar y las calificaciones legales de quienes intervinieron como represores en los centros clandestinos del circuito, entre ellos los dos imputados en esta causa.
A Mariana Arcondo la secuestraron “un día antes” del comienzo del Mundial de Fútbol de 1978, exactamente el 31 de mayo, explicó. Vivía en la parte de atrás de una casa de Ituzaingó con su compañero Rafael Tello, trabajador de los astilleros HR, de San Fernando, y sus tres hijos. A las cuatro y media de la tarde, cuando los chicos volvieron de la escuela, ella se sorprendió al escuchar al de cuatro años y medio:
–¿Papá? –preguntó.
–No llegó –le dijo la mujer–, hoy se iba a marcar el terreno.
–No –dijo el niño–, a papá lo mataron.
“Yo me quedé de una pieza, pero seguí, los metí adentro de casa y les serví la leche para continuar con nuestro día y esa frase de mi hijo.” Su compañero no estaba muerto, pero aunque ella no lo sabía, a esa hora estaba secuestrado. Lo habían levantado cinco minutos antes del horario de salida del astillero, con su hermano y otros compañeros. Pero eso es parte de otro juicio. Aquí recordó su secuestro y la convicción de haber escuchado dentro del campo El Banco los nombres de los dos acusados: Pedro “Calculín” Godoy y Cacho Feito, el policía y el militar. También habló de los “traslados”.
¿Cuándo se hacían los traslados?, preguntó el equipo de la fiscalía de Alejandro Alagia y su ad hoc Gabriela Sosti. ¿Qué significación tenía para ustedes?, quisieron saber. “Cuando yo llegué al Banco, no los conté, pero éramos algo así como 60 o 70 personas, más la troupe de represores, y cuando salí (16 días después) eran 150: en el ínterin había traslados y liberados. Me parecía que el lugar era como una gran ballena: abre la boca y se llena de mar con un montón de bichitos y la ballena selecciona qué se queda y el resto se va: eran muchos los que estaban y después los mataban.”
La pregunta volvió a escucharse cuando declaró Rufino Almeida: ¿Cuántos traslados presenció?, le dijeron. “En el tiempo que estuvimos nosotros, hubo gente que fue liberada, pero a fines de junio hubo un traslado importante”, explicó. ¿Cómo se instrumentaban? “Yo escuchaba que iban llamando y los iban llevando a algún lugar. Para decirlo como en la vida cotidiana, era como que se los entrevistaba y ahí se les decía y se les preguntaba cosas. Esto muestra que había una metodología sistemática, con roles sobre qué hacía cada uno: yo soy carpintero y en una carpintería cada trabajador se encarga de la parte de un mueble, hay una organización sistematizada para hacer el producto”, explicó.
Rufino incorporó en esa escena a uno de los acusados: Calculín. “Así como el Turco Julián se jactaba de lo que hacía o Colores se jactaba de haber inventado la picana automática, Calculín se jactaba de que era Dios y podía decidir la vida y la muerte.” En su testimonio, Calculín aparece como el encargado de evaluar a quienes iban a ser trasladados, hacía el trabajo de coordinación: “Tenía los datos o porque se los pasaban desde arriba o porque los conseguía horizontalmente”. De todas formas, los fiscales entienden que más allá del lugar que asumió cada uno de los represores dentro del centro clandestino, todos integraron un mecanismo que les permitía saber y participar de la cadena que conducía al asesinato de las víctimas.
Isabel Cerutti estuvo secuestrada entre el 22 de julio de 1978 y el 29 de enero de 1979. “Hacía dos días que me habían secuestrado cuando escuché por primera vez la palabra traslado”, explicó. “Me enteré de que a fines de junio había habido uno grande; que se habían llevado a varios compañeros y que esos compañeros eran boleta.” Luego observó que cuando llamaban sólo a una persona, no sucedía lo mismo que cuando lo hacían en grupos, una dinámica que parecía hablar de las liberaciones. “Pero yo viví –enfatizó– lo que era el traslado: en ese momento no llegaba la comida a horario y por esos días no se acercaba nadie a hablar con nosotros. Después aparecía alguien con una lista y llamaban por la letra y el número. Se armaba una fila y todos esperaban. Desde allí los llevaban al sector de incomunicados y les decían que se iban a una granja.” En la situación de la fila, “hacían apoyar el brazo con el hombro del compañero de adelante porque supuestamente nadie veía, pero en el fondo de cada uno de nosotros, aunque algunos se lo quisieran negar, sabíamos que estos compañeros iban a ser asesinados. De hecho ahora sabemos que estos compañeros fueron asesinados, por supuesto no están desaparecidos, sino que los mataron, ahora tenemos la corroboración porque aparecieron cuerpos que están identificados. Para mí ésa fue una situación terrible: en mi recuerdo es como escuchar los gritos de la tortura”.
Los fiscales intentan establecer jurídicamente que el “traslado” significaba la muerte para lograr condenas por asesinatos. Tres sobrevivientes testificaron cómo vivieron los momentos finales de sus compañeros.
Por Alejandra Dandan
¿Qué eran los traslados? ¿Cómo se vivían en los campos de detención? ¿Cómo eran los procedimientos? ¿Y los mecanismos de selección de prisioneros? Algunas de estas preguntas están nutriendo en estos días el segundo juicio por los crímenes del circuito Atlético, Banco, Olimpo. ¿Es posible emparentar los traslados jurídicamente con los homicidios? Durante la mañana de ayer, tres sobrevivientes reconstruyeron las dinámicas específicas de esos procedimientos a la luz de la reconstrucción que intenta hacer la fiscalía federal para demostrar que el asesinato formó parte del camino que se iniciaba con el secuestro y los interrogatorios. Esto permitirá repensar el lugar y las calificaciones legales de quienes intervinieron como represores en los centros clandestinos del circuito, entre ellos los dos imputados en esta causa.
A Mariana Arcondo la secuestraron “un día antes” del comienzo del Mundial de Fútbol de 1978, exactamente el 31 de mayo, explicó. Vivía en la parte de atrás de una casa de Ituzaingó con su compañero Rafael Tello, trabajador de los astilleros HR, de San Fernando, y sus tres hijos. A las cuatro y media de la tarde, cuando los chicos volvieron de la escuela, ella se sorprendió al escuchar al de cuatro años y medio:
–¿Papá? –preguntó.
–No llegó –le dijo la mujer–, hoy se iba a marcar el terreno.
–No –dijo el niño–, a papá lo mataron.
“Yo me quedé de una pieza, pero seguí, los metí adentro de casa y les serví la leche para continuar con nuestro día y esa frase de mi hijo.” Su compañero no estaba muerto, pero aunque ella no lo sabía, a esa hora estaba secuestrado. Lo habían levantado cinco minutos antes del horario de salida del astillero, con su hermano y otros compañeros. Pero eso es parte de otro juicio. Aquí recordó su secuestro y la convicción de haber escuchado dentro del campo El Banco los nombres de los dos acusados: Pedro “Calculín” Godoy y Cacho Feito, el policía y el militar. También habló de los “traslados”.
¿Cuándo se hacían los traslados?, preguntó el equipo de la fiscalía de Alejandro Alagia y su ad hoc Gabriela Sosti. ¿Qué significación tenía para ustedes?, quisieron saber. “Cuando yo llegué al Banco, no los conté, pero éramos algo así como 60 o 70 personas, más la troupe de represores, y cuando salí (16 días después) eran 150: en el ínterin había traslados y liberados. Me parecía que el lugar era como una gran ballena: abre la boca y se llena de mar con un montón de bichitos y la ballena selecciona qué se queda y el resto se va: eran muchos los que estaban y después los mataban.”
La pregunta volvió a escucharse cuando declaró Rufino Almeida: ¿Cuántos traslados presenció?, le dijeron. “En el tiempo que estuvimos nosotros, hubo gente que fue liberada, pero a fines de junio hubo un traslado importante”, explicó. ¿Cómo se instrumentaban? “Yo escuchaba que iban llamando y los iban llevando a algún lugar. Para decirlo como en la vida cotidiana, era como que se los entrevistaba y ahí se les decía y se les preguntaba cosas. Esto muestra que había una metodología sistemática, con roles sobre qué hacía cada uno: yo soy carpintero y en una carpintería cada trabajador se encarga de la parte de un mueble, hay una organización sistematizada para hacer el producto”, explicó.
Rufino incorporó en esa escena a uno de los acusados: Calculín. “Así como el Turco Julián se jactaba de lo que hacía o Colores se jactaba de haber inventado la picana automática, Calculín se jactaba de que era Dios y podía decidir la vida y la muerte.” En su testimonio, Calculín aparece como el encargado de evaluar a quienes iban a ser trasladados, hacía el trabajo de coordinación: “Tenía los datos o porque se los pasaban desde arriba o porque los conseguía horizontalmente”. De todas formas, los fiscales entienden que más allá del lugar que asumió cada uno de los represores dentro del centro clandestino, todos integraron un mecanismo que les permitía saber y participar de la cadena que conducía al asesinato de las víctimas.
Isabel Cerutti estuvo secuestrada entre el 22 de julio de 1978 y el 29 de enero de 1979. “Hacía dos días que me habían secuestrado cuando escuché por primera vez la palabra traslado”, explicó. “Me enteré de que a fines de junio había habido uno grande; que se habían llevado a varios compañeros y que esos compañeros eran boleta.” Luego observó que cuando llamaban sólo a una persona, no sucedía lo mismo que cuando lo hacían en grupos, una dinámica que parecía hablar de las liberaciones. “Pero yo viví –enfatizó– lo que era el traslado: en ese momento no llegaba la comida a horario y por esos días no se acercaba nadie a hablar con nosotros. Después aparecía alguien con una lista y llamaban por la letra y el número. Se armaba una fila y todos esperaban. Desde allí los llevaban al sector de incomunicados y les decían que se iban a una granja.” En la situación de la fila, “hacían apoyar el brazo con el hombro del compañero de adelante porque supuestamente nadie veía, pero en el fondo de cada uno de nosotros, aunque algunos se lo quisieran negar, sabíamos que estos compañeros iban a ser asesinados. De hecho ahora sabemos que estos compañeros fueron asesinados, por supuesto no están desaparecidos, sino que los mataron, ahora tenemos la corroboración porque aparecieron cuerpos que están identificados. Para mí ésa fue una situación terrible: en mi recuerdo es como escuchar los gritos de la tortura”.
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